El proceso de formación del canon del Nuevo Testamento ocupó alrededor de trescientos cincuenta años. Donde encontramos que en el primer siglo se escribieron una gran diversidad libros, ya que los dichos del Señor se transmitían verbalmente o por cortos escritos individuales. Estos dichos y relatos del Señor comenzaron a circular entre la Iglesia y a ser reconocidos como inspirados divinamente.
EL apóstol Pablo utiliza y desarrolla el concepto de las epístolas apostólicas, las cuales evidencian cierto derecho a constituir evidencia autorizada y adecuada en asuntos de doctrina y conducta dentro de la Iglesia.
“EL apóstol Pedro reconoce que las cartas paulinas están a la par con las escrituras del Antiguo Testamento: “EL amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, los cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras escrituras, para su propia perdición” (2Pedro 3:15,16). Parece que 2Pedro fue escrito hacia el año 64, pues al dicar su segunda carta, Pedro hace alusión a su próxima muerte (1:13) y a su intimidad con su colega en el evangelio, “nuestro amado hermano Pablo”. También sus palabras presuponen que algunas cartas paulinas ya estaban escritas y circulaban” (Extracto tomado de la Página 103 del libro: Teología Evangélica, por Pablo Hoff)
El primero que estableció un canon del Nuevo Testamento fue el hereje Marción, aproximadamente a mediados del siglo II. Marción era un completo antisemita que sostenía que el Jehová del Antiguo Testamento, el Dios judaico de ira y justicia, no tenía nada en común con el Dios de amor que predicó Jesús.
Marción sostenía que era un fiel intérprete de la teología cristiana de Pablo, y como era un excelente organizador fijó, para su propia iglesia sectaria, un canon bíblico de acuerdo con sus ideas. Eliminó todo el Antiguo Testamento y también algunos libros de la era apostólica. Su Biblia consistía en: Evangelio de Lucas, los escritos del apóstol Pablo y un libro llamado Antítesis, en el cual presentaba sus argumentos para rechazar el Antiguo Testamento. Su colección de las epístolas de Pablo, llamada Apostólikon, consistía de diez cartas de Pablo: Gálatas, 1 y 2 Corintios, Romanos, 1 y 2 Tesalonicenses, "Laodicenses" (Efesios), Colosenses, Filipenses y Filemón.
Rechazó 1 y 2 Timoteo, Tito y Hebreos, y también alteró el texto de los libros que aceptó para que concordaran con su teología.
La obra de Marción obligó a la iglesia a definirse respecto a los libros que con justicia podrían ser considerados como parte de las Escrituras. Las Iglesias latinas reaccionaron ante la atrocidad que planteaba Marción en sus escritos y corrigieron el rumbo dejando clara que esta obra era de origen herético y sectario.
La edición de estos códices requiere ya un principio de discernimiento de los escritos que se han de incorporar. El llamado Fragmento Muratoriano, fechado alrededor del 170 dC y publicado en 1740 por L. A. Muratori, da una lista de libros aceptados generalmente como inspirados. Este es testimonio valioso porque muestra que hacia el 200 dC., ya se había compilado lo principal del canon. Aún durante el siglo III se debate si incluir o no en él, Hebreos, Apocalipsis, 2 y 3 Juan, 2 Pedro y Judas.
En el año 303 sobreviene la feroz persecución ordenada por Diocleciano, con su quema de escrituras cristianas. Esto no sólo fomenta indirectamente la multiplicación de copias clandestinas, sino que acelera la fijación del canon, puesto que el problema de la Iglesia es cuáles escrituras han de salvarse y preservarse a toda costa. Todavía se discutía el punto, pero cuando Constantino oficializa el cristianismo, al dictar el edicto de Milán del año 313, el cual daba a los cristianos libertad para reunirse y practicar su culto sin miedo a sufrir persecuciones; pide al gran historiador Eusebio de Cesarea que le forme 50 códices de las Sagradas Escrituras.
En la segunda mitad del siglo IV, Cirilo de Jerusalén y Gregorio de Nazianzo emiten sus listas, que enumeran solamente 26 libros, faltando el Apocalipsis. Pero en las suyas lo incluyen Epifanio de Constancia y Atanasio de Alejandría. Este último los denomina, en el 367 d.C., “libros canonizados que se nos han transmitido y que se cree que son divinos”.
Por ese mismo tiempo circula ya la Vulgata latina, versión de San Jerónimo hecha por iniciativa del papa Dámaso y aprobada por él. En ella aparecen los actuales 27 libros del Nuevo Testamento, que la mayoría de los padres latinos había venido citando en sus escritos. Por su lado, San Agustín apoyaba los libros que habían estado bajo debate. Y al fin la Iglesia habla por voz de dos de sus concilios, el de Hipona (393) y el de Cartago (397), que declaran cerrado el canon del Nuevo Testamento con los 27 libros que actualmente conocemos.
Evangelios Apócrifos
El Evangelio de Los hebreos, el cual procede de Siria, de judeocristianos que conocían el evangelio canónico de Mateo. Los Evangelios egipcios, que incluye un diálogo entre Cristo y Salomé sobre el repudio de toda relación sexual. El Evangelio de Tomás, procedente de Siria, que da 114 dichos de Jesús gnostizados; el Evangelio desconocido, que data del año 100; el Evangelio de Pedro y el de Nicodemo, los cuales exageran abruptamente en lo milagroso.
Otros describen la infancia de Jesús como sobrenatural y multiplican infantilmente los prodigios hechos por Jesús, entre ellos: El Protoevangelio de Santiago y el Evangelio árabe de la infancia del Salvador. Hay evangelios menos importantes que se llaman de los doce apóstoles, de Matías, de Judas, de Bartolomé, etc., y otros como el Evangelio de la verdad, escrito en Roma (140 dC), que medita enigmáticamente sobre la redención. El de Felipe, en el que se rechaza enfáticamente todo lo sexual.
Hechos Apócrifos
Para satisfacer la curiosidad respecto a la suerte de los apóstoles (sus milagros, viajes y martirio), algunos cristianos de siglos posteriores rellenaron las lagunas del libro de Hechos. Entre ellos: Hechos de Pedro, de Pablo, de Andrés, de Juan, de Tomás, etc.
Epístolas Apócrifas
En los siglos II y III esta literatura seudoepigráfica llegó a su apogeo, sobre todo en Siria y Egipto. Algunos títulos de interés son: Correspondencia entre Cristo y Agbar rey de Edesa, Epístola de los apóstoles, Tercera de corintios, Epístola a los laodiceos, correspondencia entre Pablo y Séneca, y las epístolas de: Bernabé, Clemente de Roma, Ignacio y Policarpo.
Apocalipsis, o libros de revelación apócrifos
Todo el aparato apocalíptico de visiones, arrebatos y apariciones angélicas está presente en estas obras. En ciertos sectores el Apocalipsis de Pedro gozó de reputación en el siglo II; en menos se tuvieron los Apocalipsis de Pablo, de Juan (no el canónico), de Tomás y Esteban e incluso de María la madre de Jesús hombre.
Ya con esta publicación culminamos la serie sobre El Canon biblíco.-
Gracias y que Dios les bendiga grandemente
Pastor Douglas Camarillo
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